HaBeriah | הבריאה
En la vastedad inconmensurable que precede el momento primordial de la creación, tres emanaciones de luminosidad infinita se despliegan con majestad:
- Yajid, el Núcleo Unificador.
- Ejad, la Singularidad Absoluta.
- Kadmon, la Primordialidad Inicial.
Estas palabras son los vehículos a través de los cuales nuestra limitada comprensión intenta acercarse a lo que está más allá de toda clasificación y designación: el sublime ámbito de Ein Sof y Atzmut, la Infinidad y Suprema Esencia Divina.
Yajid representa la esencia más íntima de la brillantez infinita, una oscuridad luminosa donde incluso la omnipotencia divina se convierte en un enigma, un misterio insondable incluso para la Mente Suprema Divina. En este dominio sagrado de Atzmut, las energías de Jesed y Guevurá —los poderes de la misericordia y el juicio divinos— coexisten en un estado de potencialidad, como semillas en el suelo del Ser Absoluto. En esta morada, la omnipotencia no es solo un poder de acción sino también una libertad trascendental para la abstención, un estado de existencia y no existencia simultáneas, de ser y no ser, en un solo momento eterno.
Este ámbito que precede la manifestación del cosmos se origina en el acto divino de Tzimtzum, la contracción celestial que permite la emanación de toda la creación. Este vaciamiento divino se alinea con Atik Yomin, el núcleo más interno de Keter, la Corona Divina.
Así, todo lo que nuestra cognición limitada puede llegar a conocer, expresar o conceptualizar sobre la Divinidad es solo una sombra, un eco de estos estados que preceden el acto de Tzimtzum. En este reino inexplorado, Ein Sof y Atzmut se fusionan en una danza metafísica, en un juego eterno de espejos cósmicos, donde cada reflejo sirve simultáneamente como un velo que oculta y una revelación que desvela, permaneciendo eternamente más allá del entendimiento y la cognición humanos.
En el océano sin fin de Ein Sof, la Voluntad Divina, conocida como Ratzón, tejió el tapiz de la limitación, un acto paradójico que trasciende la comprensión humana. La fuerza infinita de Ein Sof, en su sabiduría insondable, llevó a cabo un acto de Tzimtzum, una auto-contracción que sirvió como el primer exilio de su esencia infinita. Este acto heroico y misterioso creó un espacio conceptualmente vacío, un Jalal, dentro de su propia infinitud.
Tzimtzum, esta primera restricción, es el epítome del auto-exilio cósmico de Ein Sof, un acto de distanciamiento de su propia infinitud para dar paso a lo finito. En el corazón de Ein Sof reside la potencialidad divina para auto-limitarse, un poder necesario para dar nacimiento a la totalidad del cosmos. Esta capacidad misteriosa sugiere una verdad aún más profunda: que de lo ilimitado puede surgir, como por milagro, lo absolutamente distinto, lo finito.
En el gran esquema de la existencia, todo lo que podemos concebir —nuestros cuerpos mortales, ideas fugaces e incluso nuestra conciencia efímera— son destellos que emergen de esta fuente infinita. Cuando concebimos algo, esa idea es solo una gota en el vasto océano de Ein Sof, una manifestación fugaz de una realidad más profunda.
La infinitud de Ein Sof se bifurca en dos dominios conceptuales: el primero se despliega en el universo tangible, y el segundo, en contraste, permanece eternamente velado debido a la naturaleza ilimitada de Ein Sof. Sin embargo, la esencia indivisible de Ein Sof, Atzmut, infiltra cada rincón de su ser, actuando como un patrón fractal que se replica ad infinitum.
Para que Ein Sof se manifieste en su pleno esplendor, es necesario un segundo acto de Tzimtzum. Debe crear un espacio dentro de sí mismo, un retiro de su propia esencia, para permitir que otros seres y realidades florezcan. De lo contrario, su radiancia infinita engulliría cualquier posibilidad de existencia distinta de sí mismo.
Este espacio, este Jalal, no está totalmente vacío. En su interior residen destellos de la energía de Ein Sof, conocidos como Reshimú. Estas chispas divinas encienden en las almas una necesidad intrínseca de recibir, al igual que encienden en Ein Sof un deseo inmutable de otorgar. Ahora, el acto de dar del Infinito es de tal magnitud que, si se le permitiera fluir libremente, engulliría la finitud del vacío, anulando su propósito y devolviéndolo al seno de Ein Sof. Para evitar esta aniquilación, la Luz Infinita se dirige y modera a través de un conducto estrecho y preciso: el Qav, la línea que equilibra el acto de dar y recibir.
Este acto de dar y recibir no es una simple transacción; es una danza cósmica, una interacción de energías que se manifiestan en atributos masculinos y femeninos. El acto de expansión, de hacer espacio para recibir más luz, se asocia con la feminidad, mientras que la acción de moderar la luz otorgada, de limitar para evitar abrumar, se ve como una cualidad masculina. Estos términos no se limitan únicamente a los roles de género, sino que representan dinámicas eternas de ajuste y equilibrio, de dar y recibir, en el gran teatro del ser. En cada momento, según las necesidades del Todo, estas energías pueden manifestar uno o ambos de estos atributos, en una danza perpetua que refleja la voluntad insondable de Ein Sof.
En el amanecer cósmico de la creación, cuando aún no se habían delineado los límites entre lo finito y lo infinito, surge el concepto de Ohr, o en su pluralidad, Orot. Esta energía primordial representa la disposición inagotable de dar y es la fuerza que busca verterse en el vacío. En contraste, el recipiente designado para recibir este flujo luminoso se conoce como Keli, o en su forma plural, Kelim. Este primer Keli no es otro que el espacio ontológico destinado a convertirse en nuestro universo, un vacío imbuido de potencialidades.
Keli, en su esencia, es de naturaleza densa y material, una tierra árida preparada para recibir abundancia. Por otro lado, Ohr es de una sustancia más sutil, una luz que busca iluminar la oscuridad. Sin embargo, ambas energías son manifestaciones divergentes de una sola esencia, diferentes aspectos de la misma realidad primordial. La misma estructura de nuestra existencia es, por lo tanto, un intercambio continuo entre estas dos polaridades, Ohr y Keli, en un ciclo eterno de dar y recibir.
Dentro del vasto mar de Ein Sof, incluso cuando todo está inundado por Ohr, por la inmensidad de la luz dadora, existe el potencial para la formación de un Keli. En ese reino infinito, donde no hay barreras ni estructuras, donde todo es un flujo continuo de benevolencia, reside la posibilidad de imponer límites, de crear un espacio autónomo para la recepción.
Para comprender más profundamente esta dialéctica cósmica, es útil meditar en las emanaciones de Ohr Ein Sof, conocidas como las '10 iluminaciones' u Orot (que luego se convierten en Sefirot, cuando se unen con sus respectivos Kelim). Estas no son variaciones arbitrarias sino diferentes frecuencias o vibraciones de la misma energía primordial.
Como un prisma que separa un haz de luz en sus componentes espectrales, estos Orot son descomposiciones del flujo de luz infinita. Sin embargo, es crucial entender que estos 'colores' no tienen existencia independiente; son manifestaciones que dependen completamente de la fuente luminosa que los origina, así como las diferentes frecuencias de Ohr Ein Sof son proyecciones de esa luz interminable que reside en el núcleo del Infinito.
En la matriz infinita de Ein Sof, los Orot son uniformes, una singularidad de luz insondable. Sin embargo, al cruzar el umbral hacia la finitud a través del acto trascendental de Tzimtzum, esta uniformidad se disipa. Este acto de auto-limitación, conocido como Adam Kadmon, es el primer velo que los Orot deben atravesar en su viaje hacia la existencia finita.
Cuando se activa el anhelo de recibir en el espacio vacío, se crea un vacío ontológico para acomodar Ohr Ein Sof. Pero este acto no está exento de consecuencias; la potencia de esta transferencia de energía es tal que inicia una expansión del espacio finito, culminando en un evento cataclísmico: la Shevirat haKelim, o la ruptura de los vasos.
Simultáneamente, en este misterioso intersticio entre lo finito y lo infinito, emerge información previamente velada conocida como Adam Kadmon. Este no es un ser humano en el sentido literal, sino más bien una fase transicional, un estado donde la energía busca manifestarse en la finitud. En su descenso, estas energías pasan por cinco etapas, cada una de ellas un portal hacia el ámbito del vacío.
De estos diez Orot, tres residen en esferas tan elevadas que su entrada en nuestro universo es inconcebible. Los siete Orot restantes hacen su aparición en formas fractales, conteniendo en sí mismos la esencia de los diez originales. Al irrumpir en el universo finito, estas energías colisionan y chocan, un fenómeno inexistente en su estado primordial en Ein Sof, donde los límites son una abstracción.
Descendiendo desde su origen en Ohr Ein Sof, estas energías son conocidas como Orot, pero su identidad se transforma aún más al encarnarse en un Keli, donde se les llama Sefirot. La Luz Infinita, u Ohr Ein Sof, es la esencia pura e inmutable de lo Divino. Antes de que el cosmos existiera, esta Luz pasó por diez etapas evolutivas, cada una de las cuales desempeñó un papel crucial en la arquitectura del universo tal como lo habitamos hoy. Estas etapas son el legado e impronta de la voluntad inmutable de Ein Sof, la fuerza motriz detrás de toda creación y existencia.
Estas diez etapas, en su multiplicidad y unidad, son un enigma que escapa a la comprensión humana. Existen como entidades separadas pero interconectadas, residiendo más allá de las coordenadas del tiempo y el espacio, en las profundidades vastas de lo divino. Cada etapa es un aspecto singular de la Luz Infinita del Eterno y tiene una misión única en la fundación y sustento del cosmos.
- En la primera etapa, la Luz Infinita está en un estado de absoluta simplicidad, una unidad indiferenciada que irradia plenitud espiritual y serenidad divina. Aquí, el todo es uno, y uno es todo.
- En la segunda etapa, el Eterno comienza a contemplar la diversidad dentro de la Luz Infinita, formulando arquetipos y principios fundamentales que servirán como cimientos para el universo por nacer.
- La tercera etapa es la concretización de estas ideas etéreas; aquí es donde el Eterno comienza el diseño del cosmos, inscribiendo las leyes primordiales que regirán la existencia.
- En la cuarta etapa, estos diseños toman forma en la Luz Infinita, como si fueran un modelo a escala del universo en la mente omnipotente del Eterno.
- La quinta etapa introduce una complejidad adicional: la dualidad en la Luz Infinita. Contradicciones que desafían la lógica, como el bien y el mal, la luz y la oscuridad, se manifiestan.
- La sexta etapa es el punto de inflexión hacia una existencia autónoma, donde emergen entidades que, aunque inseparables del Eterno, parecen tener existencia independiente.
- En la séptima etapa, la Luz Infinita adquiere la propiedad del cambio y la transformación, y conceptos como el tiempo y el movimiento se introducen en la trama del ser.
- La octava etapa es el acto de contracción de la Luz Infinita por parte del Eterno, un espacio ontológico creado para permitir el surgimiento del universo.
- La novena etapa es el acto de creación en sí, el momento en que el Eterno emite su Luz Infinita para animar el cosmos.
- Y finalmente, en la décima etapa, el Eterno elige habitar dentro de su propia creación, estableciendo así una conexión eterna e inquebrantable con todo lo creado.
Estas etapas son como las diez sefirot del Árbol de la Vida cabalístico, cada una un eslabón en la cadena de la creación divina. Dentro de este marco, se prestará especial atención al momento crucial conocido como Tzimtzum. En esta fase, la Luz Infinita experimenta un acto de auto-limitación divina, una restricción que permite el surgimiento de un espacio vacío, una esfera de potencialidades y posibilidades donde puede manifestarse una existencia autónoma.
Este Tzimtzum es el fundamento sobre el cual se construye todo el edificio de la realidad, el punto de partida para la danza eterna de dar y recibir que da forma al cosmos. Antes del acto de Tzimtzum, la Luz Infinita del Eterno permeaba todo, saturando cada rincón del ser en una luminosidad abrumadora que no dejaba espacio para la alteridad.
En un segundo momento, el acto de auto-restricción divina imparte una nueva dinámica a la trama de la existencia. Si bien la omnipresencia del Eterno permanece constante, esta contracción de la Luz crea la ilusión de un retiro divino. Este aparente distanciamiento abre la posibilidad de un mundo donde las criaturas puedan ejercer su libre albedrío, donde puedan anhelar y buscar lo divino en un entorno que parece ocultarlo. Este eco, esta impresión residual del acto divino, es lo que los místicos llaman Reshimú. Es la fragancia que permanece en el aire mucho después de que la rosa se ha ido; un rastro sutil pero innegable que actúa como una chispa de conciencia, recordándonos constantemente nuestra conexión eterna con lo divino.
En una tercera etapa, a pesar de la restricción, un hilo de luz divina perfora la oscuridad primordial, iluminando la creación desde dentro. Este rayo de luz no es un mero vestigio; es una corriente vital que infunde vida y santidad al cosmos. Es el medio a través del cual el Eterno continúa ejerciendo su influencia sobre la realidad y el faro que guía a las criaturas en su búsqueda de lo divino en el mundo.
Así, estos tres momentos forman una tríada de transformaciones cósmicas que articulan el despliegue divino desde la Unidad hacia la multiplicidad, desde la omnipresencia hacia el ocultamiento y, finalmente, desde el ocultamiento hacia la revelación continua. Cada etapa es un capítulo en la gran narrativa de la existencia, y juntas, son la epopeya de nuestra relación eterna con lo Divino.
El propósito último de la creación, entonces, es un llamado a la epifanía espiritual: que cada criatura descubra este hilo de luz divina en la textura de la existencia y, al hacerlo, reconozca la omnipresencia de lo divino incluso en un mundo que parece ocultarlo. Este es el más alto peregrinaje espiritual, una búsqueda incesante que nos invita a encontrar la presencia divina en cada aspecto de la realidad, desde lo más mundano hasta lo más trascendente. Es la odisea del alma que busca retornar a su origen divino, cumpliendo así el deseo más profundo del Eterno: que Su creación llegue a conocerlo tal como Él se conoce a Sí mismo.
Tzimtzum, en su profundidad enigmática, sirve como el cimiento que permite la existencia de realidades autónomas dentro de la infinitud del Eterno. A lo largo del tiempo, se han transmitido dos interpretaciones distintas de este concepto. Una, más literal, sugiere que la Luz Divina se retira completamente del universo creado. La otra, arraigada en las enseñanzas del Baal Shem Tov y sus discípulos, considera el Tzimtzum como una metáfora que ilustra cómo lo Divino se manifiesta en lo finito.
Desde la perspectiva de la Divinidad, la omnipresencia de la Luz Infinita es una constante inmutable, sin alteración antes o después del acto de la Creación. Sin embargo, desde nuestra perspectiva limitada como seres creados, se nos presenta la ilusión de una desaparición de esta Luz. Este aparente retiro es esencial para la realización del cosmos, para otorgar a los seres humanos el don del libre albedrío y, en última instancia, para cumplir el designio del Eterno de manifestarse en la realidad.
Tzimtzum resuelve la paradoja fundamental de cómo la finitud y la pluralidad pueden emanar de la unidad insondable del Eterno. Este misterio se desvela a través de una comprensión profunda del Tzimtzum. Este acto de contracción se origina en el atributo divino de Guevurá, que es la severidad dentro de Ein Sof. Es la capacidad infinita de engendrar lo finito, de limitar lo ilimitado. Este ocultamiento de la presencia divina tiene como objetivo último una revelación beneficiosa, un descubrimiento que magnifica tanto al Creador como a la creación.
Las tres etapas del Tzimtzum delinean el proceso por el cual la contracción de la Luz Infinita da paso a la existencia. Este proceso es un viaje metafísico que se despliega desde las alturas más elevadas de la divinidad hasta la corporeidad tangible de nuestro mundo. Es un descenso que, paradójicamente, permite la elevación del ser a través del reconocimiento y la búsqueda de lo divino en cada fibra del universo. En este sentido, el Tzimtzum no es solo un acto de ocultamiento sino también un acto de revelación, un guiño divino que invita al ser humano a participar en el gran drama de la existencia.
Adam Kadmon, el Hombre Primordial, hace su aparición en este escenario cósmico como la personificación de la Voluntad Divina que guía el universo post-Tzimtzum. En él, las dualidades de "Adam", que simboliza la creación, y "Kadmon", que representa la esencia divina, se fusionan. Este ser magnífico irradia una luz pura e incontenible que, aunque no se confina a un vaso particular, mantiene una conexión intrínseca con su potencial infinito para manifestarse en futuros recipientes.
Este arquetipo a menudo se sitúa como el primer mundo en la serie de los grandes Olamot (Atzilut, Beriá, Yetzirá y Asiyá) en la cosmología cabalística. Sin embargo, su supremacía trasciende incluso la manifestación de las Sefirot y el evento cósmico conocido como Shevirat haKelim, o la Ruptura de los Vasos. Adam Kadmon es más que un mero eslabón en la cadena de la creación; es la fuente original de las manifestaciones divinas, las luces u Orot, que iluminan el cosmos.
La evolución de la creación se despliega a través de tres etapas representadas por los mundos de luces y vasijas: Akudim, Nekudim y Berudim. Estas son emanaciones energéticas que fluyen de Adam Kadmon y representan el desarrollo y la maduración de los Atributos Divinos en el tejido de la realidad.
- Olam HaAkudim es el estado primordial donde las diez luces sefióticas coexisten en una sola vasija, en una danza divina de completa unidad. Es un estado de "mati velo mati", un flujo y reflujo de divinidad en un retorno eterno al vaso singular.
- Olam HaNekudim es el teatro de la ruptura ontológica, donde la intensidad de las luces rompe sus propias vasijas. Es el comienzo del mundo de Tohu, el mundo del caos, un espejo de la disonancia interna del alma.
- Olam HaBerudim es el acto redentor, donde una nueva luz divina busca restaurar el equilibrio quebrado. Conduce al mundo de Tikún, donde la creación se recompone, iluminada por almas divinas en servicio, preparándose para una nueva simbiosis con la divinidad.
En esta jerarquía espiritual, Adam Kadmon se alza como un faro de la Voluntad Divina, como la fuente de la cual toda la creación emana y hacia la cual todos aspiran a retornar. Es un principio y un fin, un alfa y un omega, en el ciclo eterno de emanación y retorno que constituye la danza cósmica de la existencia.
En la cima más elevada e inaccesible de Keter en Atzilut, por encima de todas sus otras manifestaciones, reside Atiká Kadishá, la Santidad Antigua. Este ámbito es el santuario último de la Voluntad Divina, un abismo de potencialidades aún no manifestadas, donde la Divinidad reside en un estado de perfecto y eterno reposo. Aquí, todo es puro potencial; aún no hay manifestación, pero la promesa de todo lo que podría ser palpita en sublime silencio. Atiká Kadishá está más allá de la comprensión, más allá del alcance, pero siempre presente como la fuente eterna y primordial de toda existencia.
Descendiendo, encontramos ocho etapas de rectificación en el dominio de Keter en Atzilut:
- Atik Yomin, el Anciano de Días, nos presenta un éxtasis espiritual en el cual la Voluntad Divina se manifiesta en perfecta armonía con la Fuente Divina. Este dominio es un abismo de amor divino tan insondable que no solo permea sino que también trasciende toda la creación.
- Arij Anpín, el Rostro Largo, revela la Divinidad con paciencia infinita y constancia inquebrantable, buscando perpetuamente el bienestar de la creación incluso frente a obstáculos aparentemente insuperables.
- Reshá DeLo Ityadá, la Cabeza Inconocible, es la frontera del misterio divino, un recordatorio humilde de que ciertos aspectos de la Divinidad siempre eludirán nuestra comprensión finita.
- Reshá DeAyin, la Cabeza de la Nada, nos transporta al vacío fértil del potencial divino, revelando el poder sobrenatural de crear ex nihilo, de hacer surgir la existencia de la no existencia.
- Reshá DeArij, la Cabeza del Infinito, nos muestra una Divinidad que se expande en un caleidoscopio infinito de manifestaciones, cada una reflejo de la infinitud del Eterno.
- Gulgalta, que significa Cráneo, encontramos la cumbre de la realización espiritual, un pináculo de plenitud donde la Voluntad Divina alcanza su más alta manifestación.
- Moja Stimaá, el Cerebro Oculto, es una fuente inagotable de sabiduría divina dentro del corazón de Arij Anpín, albergando verdades y revelaciones capaces de transformar toda la realidad.
- Dikná, o Barba, sirve como un tamiz divino que filtra la luz divina a través de los atributos de la misericordia. Aquí, la Divinidad muestra su amor y compasión infinitos hacia la creación en un delicado equilibrio entre justicia y gracia.
Cada una de estas etapas refleja un aspecto de la Divinidad, una nota en la sinfonía celestial que compone la realidad. Nos ofrecen un camino para acercarnos a lo inefable, tocar lo intangible, conocer lo desconocido. Son como estrellas en el firmamento espiritual, cada una brillando con su propia luz, pero todas formando parte de la constelación divina que es la totalidad del ser.
Las etapas de rectificación en Keter de Atzilut representan aspectos únicos de la Voluntad Divina y su interacción con la creación. Juntas, estas etapas nos guían desde la unidad inicial hacia la diversidad y, finalmente, hacia la interconexión y la armonía. En este viaje, aprendemos a percibir la presencia divina en todo y entendemos que la creación es un proceso constante de emanación, formación y rectificación.
Adentrémonos en el mundo de Atzilut, el Mundo de la Emanación, que es el primero de los Cuatro Mundos—Atzilut, Beriá, Yetzirá y Asiyá—que componen el ámbito de la Rectificación, una realidad que surge después de la Ruptura de los Vasos en el mundo previo de Tohu, o Caos. Atzilut juega un papel crucial en completar la rectificación iniciada en el mundo de Berudim. Esta culminación se logra a través de la metamorfosis de las Sefirot en Rostros Divinos conocidos como Partzufim. Estos Partzufim introducen una nueva armonía en el sistema sefiótico, organizándolo en una estructura que se asemeja al rostro humano.
La tarea de rectificación en Atzilut comienza con Keter de Atzilut, que representa la Voluntad Divina. En este primer mundo, los Partzufim en Keter de Atzilut se diversifican en seis Partzufim primarios y doce secundarios, que interactúan continua y fluidamente en Atzilut, perpetuando así el proceso de rectificación. Además, los seres humanos desempeñan un papel trascendental en la rectificación de los tres mundos inferiores, que están sujetos al tiempo, mediante la redención de chispas caídas.
Atzilut se distingue de los mundos inferiores por su conciencia única de la Unidad Divina, un estado de ser no nublado por la autoconciencia. Aquí, la visión de la Sabiduría trasciende incluso la comprensión intelectual. Desde este plano de existencia, la Creación se experimenta como una emanación desde la Nada, tomando conciencia de su propia inexistencia a través de la auto-anulación de la Esencia.
En Atzilut, los Partzufim continúan de la siguiente manera:
- Abá (Padre): Es el ámbito de la Sabiduría Divina en su forma más pura y elevada.
- Abá Ilaá (Padre Superior): Representa una Sabiduría que es aún más alta y menos accesible.
- Israel Sabá (Israel el Anciano): Es la Sabiduría que puede ser accedida y comprendida.
- Imá (Madre): Representa el Entendimiento y la conceptualización de ideas aplicables.
- Imá Ilaá (Madre Superior): Comprende más allá de los límites del intelecto humano.
- Tevuná (Comprensión): Aplica la sabiduría en la vida cotidiana, traduciendo el conocimiento en acción.
- Zeir Anpín (Rostro Pequeño o Hijo): Encarna las emociones divinas en la creación.
- Nukvá (Novia): Sirve como la manifestación final en la realidad física.
Cada Partzuf es como una joya en la diadema de la Divinidad, cada uno reflejando una faceta única del infinito. Juntos, forman una sinfonía celestial que nos ayuda a entender cómo lo Divino se manifiesta y actúa en el mundo, ofreciendo caminos para que los seres humanos participen en el sagrado proceso de rectificación.
Más allá del Partzuf de Nukvá, alcanzamos un cambio significativo. En esta etapa, los mundos espirituales comienzan a percibirse a sí mismos como reinos independientes creados por el Eterno, en lugar de ser una extensión del Eterno mismo. Aunque esto pueda parecer una ilusión, es una realidad en la cual los mundos inferiores solo pueden alcanzar un nivel de auto-anulación, no la profunda auto-anulación de la esencia que caracteriza al mundo superior de Atzilut.
Este cambio en la percepción nos lleva al mundo de Beriá, donde profetas hebreos como Isaías y Ezequiel tuvieron visiones del majestuoso Trono del Eterno y sus huestes angelicales. En la Cabalá Teosófica, se argumenta que el estudio profundo de las emanaciones divinas otorga una comprensión más elevada que las experiencias visionarias de los profetas, ya que proporciona una visión cognitiva de los niveles más altos de la Divinidad.
Beriá es crucial en la Cabalá, ya que representa la raíz misma de la Creación en la Mente Divina. La Sefirá de Biná, Entendimiento Divino, juega un papel prominente aquí, permitiendo al intelecto humano comprender la lejanía del Eterno desde este ámbito. La existencia metafórica del Trono del Eterno en Beriá simboliza el descenso Divino desde el mundo superior de Atzilut para gobernar la Creación independiente desde una posición superior.
Avanzando hacia Yetzirá, entramos en el reino de la Creación arquetípica, donde Zeir Anpín, que representa las Emociones Divinas, es central. Aquí residen los ángeles, seres celestiales que sirven al Eterno con completa devoción emocional. Su existencia y servicio reflejan la devoción absoluta que las criaturas pueden alcanzar.
Finalmente, llegamos a Asiyá, el último de los Cuatro Mundos. Aquí, se despliega una Creación más específica y diferenciada. En Asiyá, Maljut, el Reino, toma el control. Aunque es un mundo de Acción espiritual, también tiene aspectos físicos, demostrando su conexión con nuestro Universo físico. Esta dualidad representa la complejidad de este ámbito e incluye las últimas dos Sefirot de Asiyá Espiritual, Yesod y Maljut.
El patrón de las diez Sefirot se repite en todos los mundos como un fractal, donde la última Sefirá de un mundo se convierte en la primera del siguiente. Esto muestra cómo los mundos están interconectados y son uno. En este contexto, la Maljut de Atzilut, que es como el discurso del Eterno, juega un papel fundamental. Es la fuente de la Profecía, dando a los profetas su visión y comprensión, y también es la fuente primaria de la Creación independiente, impulsando la existencia del universo tal como lo conocemos.
In the immeasurable vastness that precedes the primordial moment of creation, three emanations of resplendent infinite luminosity unfold with majesty:
- Yajid, the Unifying Core.
- Ejad, the Absolute Singularity.
- Kadmon, the Initial Primordiality.
These words, are the vehicles through which our limited understanding attempts to approach what is beyond all classification and designation: the sublime realm of Ein Sof and Atzmut, the Infinity and Supreme Divine Essence.
Yajid represents the innermost essence of infinite brilliance, a luminous darkness where even divine omnipotence becomes an enigma, an unfathomable mystery even to the Supreme Divine Mind. In this sacred domain of Atzmut, the energies of Chesed and Gevurah—the powers of divine mercy and judgment—coexist in a state of potentiality, like seeds in the soil of the Absolute Being. In this abode, omnipotence is not only a power of action but also a transcendental freedom for abstention, a state of simultaneous existence and non-existence, of being and non-being, in a single eternal moment.
This realm that precedes the manifestation of the cosmos originates in the divine act of Tzimtzum, the celestial contraction that allows for the emanation of all creation. This divine emptying aligns with Atik Yomin, the innermost core of Keter, the Divine Crown.
Thus, everything our limited cognition can come to know, express, or conceptualize about Divinity is but a shadow, an echo of these states that precede the act of Tzimtzum. In this uncharted realm, Ein Sof and Atzmut merge in a metaphysical dance, in an eternal play of cosmic mirrors, where each reflection simultaneously serves as a veil that conceals and a revelation that unveils, remaining eternally beyond human understanding and cognition.
In the endless ocean of Ein Sof, the Divine Will, known as Ratzon, wove the tapestry of limitation, a paradoxical act that transcends human understanding. The infinite force of Ein Sof, in its unfathomable wisdom, carried out an act of Tzimtzum, a self-contraction that served as the first exile of its infinite essence. This heroic and mysterious act created a conceptually empty space, a Halal, within its own infinitude.
Tzimtzum, this first restraint, is the epitome of the cosmic self-exile of Ein Sof, an act of distancing from its own infinitude to make way for the finite. At the heart of Ein Sof resides the divine potential to self-limit, a necessary power to give birth to the entirety of the cosmos. This mysterious capacity suggests an even deeper truth: that from the boundless, the absolutely distinct, the finite, can emerge, as if by a miracle.
In the grand scheme of existence, everything we can conceive—our mortal bodies, fleeting ideas, and even our ephemeral consciousness—are glimpses that emerge from this infinite source. When we conceive of something, that idea is but a drop in the vast ocean of Ein Sof, a fleeting manifestation of a deeper reality.
The infinitude of Ein Sof bifurcates into two conceptual domains: the first unfolds in the tangible universe, and the second, in contrast, remains eternally veiled due to the limitless nature of Ein Sof. However, the indivisible essence of Ein Sof, Atzmut, infiltrates every nook and cranny of its being, acting as a fractal pattern that replicates ad infinitum.
For Ein Sof to manifest itself in its full splendor, a second act of Tzimtzum is necessary. It must create a space within itself, a withdrawal from its own essence, to allow other beings and realities to flourish. Otherwise, its infinite radiance would engulf any possibility of existence distinct from itself.
This space, this Halal, is not entirely empty. Within it reside flashes of Ein Sof's energy, known as Reshimu. These divine sparks kindle in souls an intrinsic need to receive, just as they ignite in Ein Sof an unchanging desire to bestow. Now, the act of giving from the Infinite is of such magnitude that, if allowed to flow freely, it would engulf the finitude of the void, nullifying its purpose and returning it to the bosom of Ein Sof. To prevent this annihilation, the Infinite Light is directed and moderated through a narrow and precise conduct: the Qav, the line that balances the act of giving and receiving.
This act of giving and receiving is not a mere transaction; it is a cosmic dance, an interplay of energies manifesting in masculine and feminine attributes. The act of expansion, of making space to receive more light, is associated with femininity, while the action of moderating the light given, of limiting to avoid overwhelming, is seen as a masculine quality. These terms are not confined solely to gender roles but represent eternal dynamics of adjustment and balance, of giving and receiving, in the grand theater of being. At every moment, according to the needs of the Whole, these energies may manifest one or both of these attributes, in a perpetual dance that reflects the unfathomable will of Ein Sof.
In the cosmic dawn of creation, when the boundaries between the finite and the infinite had not yet been delineated, the concept of Ohr, or in its plurality, Orot, emerges. This primordial energy represents the inexhaustible disposition to give and is the force seeking to pour itself into the void. In contrast, the vessel designated to receive this luminous flow is known as Keli, or in its plural form, Kelim. This first Keli is none other than the ontological space destined to become our universe, a void imbued with potentialities.
Keli, in its essence, is of a dense and material nature, a barren land prepared to receive abundance. On the other hand, Ohr is of a more subtle substance, a light that seeks to illuminate the darkness. However, both energies are divergent manifestations of a single essence, different aspects of the same primordial reality. The very fabric of our existence is, therefore, a continuous exchange between these two polarities, Ohr and Keli, in an everlasting cycle of giving and receiving.
Within the vast sea of Ein Sof, even when everything is flooded by Ohr, by the immensity of the giving light, there exists the potential for the formation of a Keli. In that infinite realm, where there are no barriers or structures, where everything is a continuous flow of benevolence, lies the possibility to impose limits, to create an autonomous space for reception.
To more deeply understand this cosmic dialectic, it is helpful to meditate on the emanations of Ohr Ein Sof, known as the '10 illuminations' or Orot (which later become Sefirot, when joined with their respective Kelim). These are not arbitrary variations but different frequencies or vibrations of the same primordial energy.
Like a prism separating a beam of light into its spectral components, these Orot are decompositions of the flow of infinite light. However, it is crucial to understand that these 'colors' have no independent existence; they are manifestations that depend entirely on the luminous source that originates them, just as the different frequencies of Ohr Ein Sof are projections of that endless light residing at the core of the Infinite.
In the infinite matrix of Ein Sof, the Orot are uniform, a singularity of unfathomable light. However, upon crossing the threshold into finitude through the transcendental act of Tzimtzum, this uniformity dissipates. This act of self-limitation, known as Adam Kadmon, is the first veil that the Orot must pass through on their journey into finite existence.
When the longing to receive is activated in the empty space, an ontological void is created to accommodate Ohr Ein Sof. But this act is not without consequences; the potency of this energy transfer is such that it initiates an expansion of finite space, culminating in a cataclysmic event: the Shevirat haKelim, or the shattering of the vessels.
Simultaneously, in this mysterious interstice between the finite and the infinite, emerges previously veiled information known as Adam Kadmon. This is not a human being in the literal sense but rather a transitional phase, a state where energy seeks to manifest in finitude. In its descent, these energies pass through five stages, each of them a portal to the realm of the void.
Of these ten Orot, three reside in spheres so elevated that their entry into our universe is inconceivable. The remaining seven Orot make their appearance in fractal forms, containing within themselves the essence of the original ten. As they burst into the finite universe, these energies collide and clash, a phenomenon nonexistent in their primordial state in Ein Sof, where boundaries are an abstraction.
Descending from their origin in Ohr Ein Sof, these energies are known as Orot, but their identity transforms further when incarnated in a Keli, where they are named Sefirot. The Infinite Light, or Ohr Ein Sof, is the pure and immutable essence of the Divine. Before the cosmos was, this Light passed through ten evolutionary stages, each of which played a crucial role in the architecture of the universe as we inhabit it today. These stages are the legacy and imprint of the immutable will of Ein Sof, the driving force behind all creation and existence.
These ten stages, in their multiplicity and unity, are an enigma that escapes human comprehension. They exist as separate yet interconnected entities, residing beyond the coordinates of time and space, in the vast depths of the divine. Each stage is a singular aspect of the Infinite Light of the Eternal and has a unique mission in the foundation and sustenance of the cosmos.
- In the first stage, the Infinite Light is in a state of absolute simplicity, an undifferentiated unity radiating spiritual plenitude and divine serenity. Here, the whole is one, and one is all.
- In the second stage, the Eternal begins to contemplate diversity within the Infinite Light, formulating archetypes and fundamental principles that will serve as the foundations for the universe yet to be born.
- The third stage is the concretization of these ethereal ideas; this is where the Eternal begins the design of the cosmos, inscribing the primordial laws that will govern existence.
- In the fourth stage, these designs take shape in the Infinite Light, as if they were a scale model of the universe in the omnipotent mind of the Eternal.
- The fifth stage introduces additional complexity: duality in the Infinite Light. Contradictions that defy logic, such as good and evil, light and darkness, manifest.
- The sixth stage is the turning point toward autonomous existence, where entities emerge that, though inseparable from the Eternal, seem to have independent existence.
- In the seventh stage, the Infinite Light acquires the property of change and transformation, and concepts like time and motion are introduced into the fabric of being.
- The eighth stage is the act of contraction of the Infinite Light by the Eternal, an ontological space created to allow the emergence of the universe.
- The ninth stage is the act of creation itself, the moment when the Eternal emits its Infinite Light to animate the cosmos.
- And finally, in the tenth stage, the Eternal chooses to dwell within its own creation, thus establishing an eternal and unbreakable connection with all that has been created.
These stages are like the ten sefirot of the Qabalistic Tree of Life, each a link in the chain of divine creation. Within this framework, special attention will be given to the crucial moment known as Tzimtzum. In this phase, the Infinite Light undergoes an act of divine self-limitation, a restraint that allows the emergence of an empty space, a sphere of potentialities and possibilities where autonomous existence can manifest.
This Tzimtzum is the foundation upon which the entire edifice of reality is built, the starting point for the eternal dance of giving and receiving that shapes the cosmos. Before the act of Tzimtzum, the Infinite Light of the Eternal permeated everything, saturating every corner of being in an overwhelming luminosity that left no room for otherness.
In a second moment, the act of divine self-restraint imparts a new dynamic to the fabric of existence. While the omnipresence of the Eternal remains a constant, this contraction of the Light creates the illusion of divine withdrawal. This apparent distancing opens the possibility for a world where creatures can exercise their free will, where they can yearn for and seek the divine in an environment that seems to conceal it. This echo, this residual impression of the divine act, is what mystics call Reshimu. It is the fragrance that lingers in the air long after the rose has gone; a subtle yet undeniable trace that acts as a spark of consciousness, constantly reminding us of our eternal connection to the divine.
In a third stage, despite the restraint, a thread of divine light pierces the primordial darkness, illuminating creation from within. This ray of light is not a mere vestige; it is a vital current that infuses life and sanctity into the cosmos. It is the medium through which the Eternal continues to exert its influence on reality, and the beacon that guides creatures in their quest for the divine in the world.
Thus, these three moments form a triad of cosmic transformations that articulate the divine unfolding from Unity to multiplicity, from omnipresence to concealment, and finally, from concealment to continuous revelation. Each stage is a chapter in the grand narrative of existence, and together, they are the epic of our eternal relationship with the Divine.
The ultimate purpose of creation, then, is a call to spiritual epiphany: that every creature discovers this thread of divine light in the texture of existence and, in doing so, recognizes the omnipresence of the divine even in a world that seems to conceal it. This is the highest spiritual pilgrimage, an unceasing quest that invites us to find the divine presence in every aspect of reality, from the most mundane to the most transcendent. It is the soul's odyssey seeking to return to its divine origin, thus fulfilling the deepest desire of the Eternal: that His creation comes to know Him as He knows Himself.
Tzimtzum, in its enigmatic depth, serves as the foundation that allows for the existence of autonomous realities within the infinity of the Eternal. Throughout time, two distinct interpretations of this concept have been transmitted. One, more literal, suggests that the Divine Light completely withdraws from the created universe. The other, rooted in the teachings of the Baal Shem Tov and his disciples, considers Tzimtzum as a metaphor illustrating how the Divine manifests in the finite.
From the perspective of Divinity, the omnipresence of the Infinite Light is an immutable constant, without alteration before or after the act of Creation. However, from our limited perspective as created beings, we are presented with the illusion of a disappearance of this Light. This apparent withdrawal is essential for the actualization of the cosmos, to grant human beings the gift of free will, and ultimately, to fulfill the design of the Eternal to manifest in reality.
Tzimtzum resolves the fundamental paradox of how finitude and plurality can emanate from the unfathomable unity of the Eternal. This mystery is unveiled through a profound understanding of Tzimtzum. This act of contraction originates in the divine attribute of Geburah, which is severity within Ein Sof. It is the infinite capacity to engender the finite, to limit the limitless. This concealment of the divine presence ultimately aims for a beneficial revelation, a discovery that magnifies both the Creator and the creation.
The three stages of Tzimtzum delineate the process by which the contraction of the Infinite Light gives way to existence. This process is a metaphysical journey that unfolds from the loftiest heights of divinity to the tangible corporeality of our world. It is a descent that, paradoxically, allows for the elevation of the self through the recognition and pursuit of the divine in every fiber of the universe. In this sense, Tzimtzum is not only an act of concealment but also an act of revelation, a divine wink inviting human beings to participate in the grand drama of existence.
Adam Kadmon, the Primordial Man, makes his appearance on this cosmic stage as the personification of the Divine Will that guides the post-Tzimtzum universe. In him, the dualities of "Adam," symbolizing creation, and "Kadmon," representing the divine essence, merge. This magnificent being radiates pure and uncontainable light, which, though not confined to a particular vessel, maintains an intrinsic connection with its infinite potential to manifest in future vessels.
This archetype is often situated as the first world in the series of the major Olamot (Atzilut, Beriah, Yetzirah, and Assiah) in Qabalistic cosmology. However, its supremacy transcends even the manifestation of the Sefirot and the cosmic event known as Shevirat Hakeilim, or the Shattering of the Vessels. Adam Kadmon is more than a mere link in the chain of creation; he is the original source of the divine manifestations, the lights or Orot, that illuminate the cosmos.
The evolution of creation unfolds through three stages represented by the worlds of lights and vessels: Akudim, Nekudim, and Berudim. These are energetic emanations that flow from Adam Kadmon and represent the development and maturation of the Divine Attributes in the fabric of reality.
- Olam HaAkudim is the primordial state where the ten sefirotic lights coexist in a single vessel, in a divine dance of complete unity. It is a state of "mati velo mati," a flow and reflux of divinity in an eternal return to the singular vessel.
- Olam HaNekudim is the theater of ontological rupture, where the intensity of the lights shatters their own vessels. It is the beginning of the world of Tohu, the world of chaos, a mirror of the internal dissonance of the soul.
- Olam HaBerudim is the redemptive act, where a new divine light seeks to restore the broken balance. It leads to the world of Tikkun, where creation is recomposed, illuminated by divine souls in service, preparing for a new symbiosis with divinity.
In this spiritual hierarchy, Adam Kadmon stands as a beacon of Divine Will, as the source from which all creation emanates and toward which all aspires to return. He is a beginning and an end, an alpha and an omega, in the eternal cycle of emanation and return that constitutes the cosmic dance of existence.
At the highest and most inaccessible peak of Keter in Atzilut, above all its other manifestations, resides Atika Kadisha, the Ancient Holiness. This realm is the ultimate sanctuary of the Divine Will, an abyss of yet-unmanifested potentialities, where Divinity resides in a state of perfect and eternal rest. Here, everything is pure potential; there is not yet manifestation, but the promise of all that could be pulses in sublime silence. Atika Kadisha is beyond comprehension, beyond reach, but always present as the eternal and primordial source of all existence.
Descending, we encounter eight stages of rectification in the domain of Keter in Atzilut:
- Atik Yomin, the Ancient of Days, presents to us a spiritual ecstasy in which the Divine Will manifests in perfect harmony with the Divine Source. This domain is an abyss of divine love so unfathomable that it not only permeates but also transcends all of creation.
- Arik Anpin, the Long Face, reveals Divinity with endless patience and unwavering constancy, perpetually seeking the well-being of creation even when faced with seemingly insurmountable obstacles.
- Resha DeLo Ityada, the Unknowable Head, is the frontier of divine mystery, a humble reminder that certain aspects of Divinity will always elude our finite understanding.
- Resha DeAyin, the Head of Nothingness, transports us to the fertile void of divine potential, revealing the supernatural power to create ex nihilo, to bring forth existence from non-existence.
- Resha DeArik, the Head of the Infinite, shows us a Divinity that expands into an infinite kaleidoscope of manifestations, each a reflection of the infinity of the Eternal.
- Gulgalta, which means Skull, we find the summit of spiritual realization, a pinnacle of fullness where the Divine Will reaches its highest manifestation.
- Moja Stimaah, the Hidden Brain, is an endless wellspring of divine wisdom within the heart of Arik Anpin, housing truths and revelations capable of transforming all of reality.
- Dikna, or Beard, serves as a divine sieve that filters the divine light through the attributes of mercy. Here, Divinity displays its infinite love and compassion toward creation in a delicate balance between justice and grace.
Each of these stages reflects an aspect of Divinity, a note in the celestial symphony that composes reality. They offer us a path to approach the ineffable, to touch the intangible, to know the unknown. They are like stars in the spiritual firmament, each shining with its own light, but all forming part of the divine constellation that is the totality of being.
The stages of rectification in Keter of Atzilut represent unique aspects of the Divine Will and its interaction with creation. Together, these stages guide us from initial unity to diversity and, finally, toward interconnectedness and harmony. In this journey, we learn to perceive the divine presence in everything and understand that creation is a constant process of emanation, formation, and rectification.
Let us delve into the world of Atzilut, the World of Emanation, which is the first of the Four Worlds—Atzilut, Beriah, Yetzirah, and Assiah—that compose the realm of Rectification, a reality that arises after the Shattering of the Vessels in the previous world of Tohu, or Chaos. Atzilut plays a crucial role in completing the rectification initiated in the world of Berudim. This culmination is achieved through the metamorphosis of the Sefirot into Divine Faces known as Partzufim. These Partzufim introduce a new harmony into the sefirotic system, organizing it into a structure resembling the human visage.
The task of rectification in Atzilut begins with Keter of Atzilut, which represents the Divine Will. In this first world, the Partzufim in Keter of Atzilut diversify into six primary and twelve secondary Partzufim, which interact continuously and fluidly in Atzilut, thus perpetuating the process of rectification. Additionally, human beings play a transcendental role in the rectification of the three lower worlds, which are bound by time, through the redemption of fallen sparks.
Atzilut distinguishes itself from the lower worlds by its unique awareness of Divine Unity, a state of being unclouded by self-awareness. Here, the vision of Wisdom transcends even intellectual comprehension. From this plane of existence, Creation is experienced as an emanation from Nothingness, becoming aware of its own nonexistence through self-annulment of Essence.
In Atzilut, the Partzufim continue as follows:
- Aba (Father): It is the realm of Divine Wisdom in its purest and highest form.
- Aba Ilaah (Supernal Father): Represents Wisdom that is even higher and less accessible.
- Israel Saba (Elder Israel): Is the Wisdom that can be accessed and understood.
- Ima (Mother): Represents Understanding and the conceptualization of applicable ideas.
- Ima Ilaah (Supernal Mother): Understands beyond the limits of human intellect.
- Tevunah (Understanding): Applies wisdom in everyday life, translating knowledge into action.
- Zeir Anpin (Short Face or Son): Embodies divine emotions in creation.
- Nukva (Bride): Serves as the final manifestation in physical reality.
Each Partzuf is like a jewel in the diadem of Divinity, each reflecting a unique facet of the infinite. Together, they form a celestial symphony that helps us understand how the Divine manifests and acts in the world, offering pathways for human beings to participate in the sacred process of rectification.
Beyond the Partzuf of Nukva, we reach a significant change. At this stage, the spiritual worlds begin to perceive themselves as independent realms created by the Eternal, rather than being an extension of the Eternal Himself. While this may appear as an illusion, it is a reality in which the lower worlds can only achieve a level of self-annulment, not the profound self-annulment of essence that characterizes the higher world of Atzilut.
This shift in perception leads us to the world of Beriah, where Hebrew prophets such as Isaiah and Ezekiel had visions of the majestic Throne of the Eternal and His accompanying angelic hosts. In Theosophical Qabalah, it is argued that deep study of divine emanations grants a higher understanding than the visionary experiences of the prophets, as it provides cognitive insight into the higher levels of Divinity.
Beriah is crucial in Qabalah, as it represents the very root of Creation in the Divine Mind. The Sefirah of Binah, Divine Understanding, plays a prominent role here, allowing the human intellect to comprehend the remoteness of the Eternal from this realm. The metaphorical existence of the Throne of the Eternal in Beriah symbolizes the Divine descent from the higher world of Atzilut to govern independent Creation from a superior position.
Moving on to Yetzirah, we enter the realm of archetypal Creation, where Zeir Anpin, representing Divine Emotions, is central. Here reside the angels, celestial beings who serve the Eternal with complete emotional devotion. Their existence and service reflect the absolute devotion that creatures can attain.
Finally, we arrive at Assiah, the last of the Four Worlds. Here, a more specific and differentiated Creation unfolds. In Assiah, Malkhut, the Kingdom, takes control. Although it is a world of spiritual Action, it also has physical aspects, demonstrating its connection to our physical Universe. This duality represents the complexity of this realm and includes the last two Sefirot of Assiah Spiritual, Yesod and Malkhut.
The pattern of the ten Sefirot repeats in all the worlds as a fractal, where the last Sefirah of one world becomes the first of the next. This shows how the worlds are interconnected and are one. In this context, the Malkhut of Atzilut, which is like the discourse of the Eternal, plays a fundamental role. It is the source of Prophecy, giving prophets their vision and understanding, and it is also the primary source of independent Creation, driving the existence of the universe as we know it.
創造の原初の瞬間に先立つ計り知れない広大さの中で、3つの無限の輝きを放つ発露が威厳をもって展開する:
- ヤヒド、統一の核。
- エハド、絶対的単一性。
- カドモン、最初の始原性。
これらの言葉は、あらゆる分類や定義を超えたもの、すなわちエインソフとアツムト、無限と至高の神聖な本質に我々の限られた理解が近づこうとするための媒体だ。
ヤヒドは無限の輝きの最も内なる本質を表し、神の全能ささえも謎となる光り輝く闇、至高の神の心にとっても計り知れない神秘だ。このアツムトの聖なる領域では、ヘセドとゲブラーのエネルギー—神の慈悲と裁きの力—が潜在的な状態で共存し、絶対存在の土壌にある種子のようだ。この住まいでは、全能は単に行動の力だけでなく、禁欲の超越的な自由、単一の永遠の瞬間における存在と非存在、あるいは在ることと無いことの同時的な状態だ。
宇宙の顕現に先立つこの領域は、ツィムツムという神の行為、すべての創造の放出を可能にする天上的な収縮に由来する。この神聖な空虚化は、ケテル、神の冠の最も内なる核であるアティクヨミンと一致する。
したがって、我々の限られた認識が神性について知り得る、表現し得る、あるいは概念化し得るすべては、ツィムツムの行為に先立つこれらの状態の影、あるいは反響に過ぎない。この未知の領域で、エインソフとアツムトは形而上学的な舞踊で融合し、宇宙的な鏡の永遠の遊戯において、各反映が同時に隠すヴェールであり、明かす啓示であり、人間の理解と認識を永遠に超えている。
エインソフの無限の海において、ラツォンとして知られる神の意志は、制限の織物を紡ぎ出し、人間の理解を超えたパラドックス的な行為だ。エインソフの無限の力は、その計り知れない知恵において、ツィムツムの行為、自己収縮を行い、その無限の本質の最初の追放として機能した。この英雄的で神秘的な行為は、自身の無限の中に概念的な空間、ハラルを生み出した。
ツィムツム、この最初の制約は、エインソフの宇宙的な自己追放の典型であり、有限に道を譲るために自身の無限から距離を置く行為だ。エインソフの中心には、自己を制限する神の潜在力が存在し、宇宙全体を生み出すために必要な力だ。この神秘的な能力は、より深い真実を示唆している:無限から、絶対的に異なるもの、有限がまるで奇跡のように生じ得るということだ。
存在の大いなる計画において、我々が思い描くことのできるすべて—我々の死すべき身体、儚い思考、そして我々の束の間の意識でさえ—は、この無限の源から現れる一瞥だ。我々が何かを思いつくとき、そのアイデアはエインソフの広大な海の一滴に過ぎず、より深い現実の儚い顕現だ。
エインソフの無限性は、2つの概念的な領域に分岐する:最初のものは有形の宇宙に展開し、2つ目はエインソフの無限の性質のために永遠にヴェールに包まれている。しかし、エインソフの不可分な本質、アツムトは、その存在の隅々に浸透し、無限に再現するフラクタルのパターンとして機能する。
エインソフがその完全な輝きを現すためには、2度目のツィムツムの行為が必要だ。他の存在や現実が繁栄することを可能にするために、自身の中に空間を創造し、自身の本質から退く必要がある。そうでなければ、その無限の輝きは、自身と異なるあらゆる存在の可能性を飲み込んでしまうだろう。
この空間、このハラルは完全に空ではない。その中にはレシムと呼ばれるエインソフのエネルギーの閃光が存在する。これらの神聖な火花は、魂に受け取ることへの内在的な必要性を燃え立たせ、同様にエインソフに与えることへの不変の願望を燃え立たせる。今や、無限からの与える行為はあまりに壮大で、もし自由に流れることが許されれば、その空虚の有限性を飲み込み、その目的を無効にし、エインソフの懐へと戻してしまうだろう。この無化を防ぐために、無限の光は狭く正確な導管を通じて方向づけられ、調節される:すなわち、与えることと受け取ることの行為を均衡させるカブだ。
この与えることと受け取ることの行為は単なる取引ではなく、宇宙的な舞踊であり、エネルギーの相互作用が男性性と女性性の属性で現れる。より多くの光を受け取るために空間を作る拡張の行為は女性性と関連し、一方、与えられる光を調節し、過度を避けるために制限する行為は男性的な特質と見なされる。これらの用語は単にジェンダーの役割に限定されるものではなく、存在の大いなる劇場における調整と均衡、与えることと受け取ることの永遠のダイナミクスを表している。あらゆる瞬間に、全体の必要性に応じて、これらのエネルギーはこれらの属性の一つまたは両方を現し、エインソフの計り知れない意志を反映する永続的な舞踊を繰り広げる。
創造の宇宙的な黎明において、有限と無限の境界がまだ明確にされていなかったとき、オール、またはその複数形であるオロトの概念が現れる。この原初のエネルギーは、尽きることのない与える意志を表し、空虚に注ぎ込もうとする力だ。対照的に、この光の流れを受け取るために指定された器はケリ、またはその複数形であるケリムとして知られる。この最初のケリは、私たちの宇宙となる運命の存在論的な空間、可能性に満ちた空虚に他ならない。
ケリはその本質において、密度の高い物質的な性質を持ち、豊かさを受け取るために準備された不毛の地だ。一方、オールはより微細な物質であり、闇を照らそうとする光だ。しかし、両方のエネルギーは単一の本質の異なる現れであり、同じ原初の現実の異なる側面だ。したがって、我々の存在の構造そのものは、オールとケリという2つの極性間の継続的な交換であり、永遠の与えることと受け取ることのサイクルだ。
エインソフの広大な海の中で、すべてがオール、すなわち与える光の広大さで満たされているときでさえ、ケリの形成の可能性が存在する。障壁や構造のないその無限の領域では、すべてが善意の連続的な流れであり、限界を設け、受け取るための自律的な空間を創造する可能性が存在する。
この宇宙的な弁証法をより深く理解するために、オール・エインソフの発露、すなわち「10の輝き」またはオロト(後にそれぞれのケリムと結合してセフィロトとなる)を瞑想することが有用だ。これらは任意の変化ではなく、同じ原初のエネルギーの異なる周波数や振動だ。
光の束をスペクトル成分に分解するプリズムのように、これらのオロトは無限の光の流れの分解だ。しかし、これらの「色」には独立した存在がないことを理解することが重要だ。それらはそれらを生み出す光源に完全に依存する現れであり、オール・エインソフの異なる周波数が無限の核心に宿るその終わりなき光の投影であるように。
エインソフの無限のマトリックスにおいて、オロトは均一であり、計り知れない光の特異性だ。しかし、ツィムツムという超越的な行為を通じて有限性の敷居を越えるとき、この均一性は消散する。この自己制限の行為、すなわちアダムカドモンは、オロトが有限の存在への旅で通過しなければならない最初のヴェールだ。
空虚な空間で受け取ることへの渇望が活性化されると、オール・エインソフを収容するための存在論的な空虚が創造される。しかし、この行為は結果を伴わないわけではない。このエネルギー移転の強さは、有限の空間の拡張を引き起こし、最終的にシェヴィラト・ハケリム、すなわち器の破壊という破滅的な出来事に至る。
同時に、有限と無限の間のこの神秘的な間隙において、以前はヴェールに包まれていた情報であるアダムカドモンが現れる。これは文字通りの意味での人間ではなく、エネルギーが有限性において顕現しようとする過渡的な段階だ。その下降において、これらのエネルギーは5つの段階を通過し、それぞれが空虚の領域への門となる。
これらの10のオロトのうち、3つはあまりに高次の領域に存在し、我々の宇宙への侵入は考えられない。残りの7つのオロトはフラクタルな形で出現し、元の10の本質を内包している。それらが有限の宇宙に突入するとき、これらのエネルギーは衝突し、ぶつかり合う。これは境界が抽象概念であるエインソフの原初の状態では存在しなかった現象だ。